Víctor Manuel: «Me asombra todo y no puedo con los prepotentes»

Nació en Mieres, Asturias, el 7 de julio de 1947. Se fue a Madrid pensando en probar en el mundo de la música y ganar un poco de dinero, lo suficiente para volver a su pueblo y montar un negocio con el que ir viviendo. Pero ese muchacho asombrado por todo halló nuevos caminos. Supo elegir. Y lleva más de 50 años componiendo y cantando. Víctor Manuel San José, además, escribe, produce… Y es abuelo. Le encanta ser abuelo. Hablé con él en Barcelona, durante la promoción de su nuevo libro, El gusto es mío (Aguilar, 2019). Aquí lo tenéis.

Fotos: dossier de prensa, editorial y web Víctor Manuel

Ladea la cabeza al hablar de la misma manera que canta. Tiene ese gesto de quien sabe escuchar. Sosegado en sus maneras, se acerca a la entrevista con una mochila y un andar de quien prefiere observar a ser observado. Quizás está cansado, va de peregrinaje por los medios, promocionando un libro que enlaza manjares, platillos y experiencias gastronómicas con recuerdos de amigos, de familia y de vivencias pasadas, algunas también recientes. Pero Víctor Manuel tiene muchas tablas. Muchas. Y me dice que no, que está bien, que no está cansado. Es organizado, ordenado, prudente y muy reservado. Su sonrisa, también de medio lado, me abre la memoria de canciones miles de veces escuchadas en mi casa, donde se le venera. Como a él le ha pasado escribiendo este libro, la nostalgia me ha visitado preparando la entrevista, y hay letras que siguen golpeando de la misma manera que lo hicieron entonces.

Quién es Víctor Manuel

Qué difícil… Un músico, que lleva escribiendo canciones toda la vida desde hace 55 años de profesión y que ha conseguido cosas que ni soñaba de niño. Todas mis proyecciones eran mucho más modestas cuando era pequeño. Esto de cantar debía ser ir a Madrid, ganar algo de dinero, volver al pueblo, poner una cafetería y ya está. Sin más. Y después la vida te va reconduciendo y también te va cambiando, ¡y hasta aquí he llegado…! Sin demasiados daños, ni físicos ni morales.

¿Quizás haya habido también algo de suerte?

Sí, la suerte influye, pero también se programa. Tú decides, por tu configuración mental, si vas a tener suerte en la vida o no, y todo eso precipita una serie de acontecimientos que los atribuyes a un lugar o a otro, pero, evidentemente, la suerte influye, si suerte es saber elegir los caminos. Cuando tú empiezas tu carrera musical, puedes elegir cantar entre unos músicos de cabecera u otros. De repente tu elección te puede llevar por el buen camino. Ésta es una profesión muy complicada; dependes del gusto de la gente. No tienes patronos en tu vida, pero sí dependes de poner una entrada a la venta, de poner un disco a la venta y que la gente decida comprarlos. Esa es también la gran libertad que uno tiene en esta profesión, y sí, supongo que ahí también debe intervenir la suerte.

Dice: “Tenía y sigo teniendo alma de paleto”. ¿Cómo se define un alma de paleto y cómo se conserva tras una vida como la suya?

Quizás “paleto” no era la palabra más exacta. Mejor hubiera sido “asombrado”. Me asombra y me deslumbra todo, desde las cosas más pequeñas a las más complicadas. Me encanta, por ejemplo, caminar por el centro de las ciudades. No hago un viaje a Barcelona, que no baje las Ramblas y las suba. Yo le llamo a eso “paletería”, pero a lo mejor no lo es. Me gusta ver a la gente y eso lo hago en todas las ciudades. Por el mismo mecanismo me meto en los mercados, para ver a las personas ir y venir, y para saber en qué consiste la población de cada lugar.

El asombro, de hecho, es la primera puerta al conocimiento

¡Claro! Sí… Estos días, además, estaba yo asombrado… Me invitaron al centenario de la biblioteca de Mieres y de repente recordé que yo, a los nueve años, había estado yendo cada día, durante seis meses, a esa biblioteca porque en el colegio que yo iba hicieron una función de teatro y aquello me fascinó. Yo desconocía la existencia del teatro… Entonces quise saber qué era aquello, así que fui a la biblioteca todas las tardes a leer libros: Enrique Jardiel Poncela, etc. De lo más variopinto, sin ninguna dirección ni orientación. Y como resultado de eso escribí una obra de teatro. ¡Imagínate qué puedes escribir con nueve años! Sólo recuerdo que se llamaba “Las Gallinas” y debía ser una astracanada, un vodevil de cuatro páginas…

¿La conserva?

¡Qué va! Supongo que mi madre la vio y la tiró… Era lógico. Pero esa curiosidad es la que me ha movido siempre.

Víctor Manuel, con dos años

Su primera guitarra fue a los 11 años

Cuando me la regalaron, no es que pensase que ya iba a ser músico, pero sí que ahí dentro podía haber algo… Lo primero que hice fue coger un método de música de una tienda y cuando tenía cuatro acordes escribir una canción… Tenía doce años… No se puede ni escuchar, pero ese impulso curioso sigue vivo.

Este libro, El gusto es mío, es un libro por encargo…

Sí, de alguna manera… Escribí un libro de memorias y para darlo a conocer viajé mucho con el editor. A él también le gusta mucho comer y sobre todo le gusta comer conmigo cosas que en su casa no puede comer, no porque no le dejen, sino porque no les gusta nada al resto de la familia. Y comiendo hablábamos mucho de comida, de viajes, y me dijo: “¿Por qué no haces algo de cocina?” Y yo le dije que sí, que podía hacer algo siempre que no fuese un libro tradicional de recetas, porque tengo demasiado respeto a los cocineros que se inventan cuarenta platos en un año y luego los ponen en un libro. Por su puesto, a ese nivel no quería hacer nada porque no puedo compararme de ninguna manera, pero sí podía escribir algo alrededor de la cocina: los amigos, los mercados, los viajes relacionados con la comida…

Alcachofas con trufa

¿Le gusta escribir?

Sí, me gusta, a mi nivel. Puedo hacerlo. Y luego está la corrección editorial, que es muy importante.

¿Cuándo decide cocinar para sus amigos y ponerse al frente de los fogones?

Hace muchos años… De hecho, el libro se deriva de unas libretas que tengo desde hace por lo menos 40 años donde apunto qué comen los amigos cuando vienen a casa, qué vino beben, cuántos son, qué les cocino, qué toman de postres… Todo eso sin medidas ni nada. Sé lo que he hecho y sé cómo se hace. De repente me encontré con ese material de donde he tirado para escribir el libro.

Cómo fue el proceso

Con ataque de melancolías, porque todo está lleno de separaciones, de personas que ya no están… En definitiva, de vida…

Sí, de hecho, el libro genera una vida paralela. Está lo escrito, pero luego está lo que hay fuera y a lo que continuamente se hace referencia en el libro: personas, lugares, vivencias… ¿Tiene miedo a la desmemoria?

Sí. Tuve más miedo cuando hice el libro anterior, porque viví los últimos años del Alzheimer que sufrió mi madre. Fue devastador. Ese libro lo escribí realmente porque me dio miedo quedarme en blanco. Cuando vi a mi madre en la situación en la que estaba… En el libro anterior ya lo dije, que hubo momentos en los que estuve a punto de agarrar una almohada y ahogarla, si no fuera porque al final ella me decía: “Ai fíu miou”… Tuve mucho miedo en ese momento, me atiborraba de pastillas de vitamina B, que me decían que eran muy buenas para la memoria… Pero en este libro ya no he tenido miedo a quedarme en blanco. No tengo especiales deterioros… Los normales de la edad…

Vivir la última etapa del Alzheimer de mi madre fue desgarrador. Me entró terror a quedarme en blanco…

Víctor Manuel

Cuando cocinas se ve quién eres: si limpio, si descuidado, si organizado, si nervioso… ¿Cómo es Víctor Manuel entre cazuelas?

Soy muy organizado. Nunca dejo un cacharro sucio en la cocina… Acabo de cocinar y lo dejo todo recogido, limpio. Nunca dejo nada para que me lo hagan, pero también es por pudor: yo lo he ensuciado, yo lo limpio.

Dice que está en manos de una dietista. ¿Cómo se lleva el amor a la buena mesa con el ejercicio de austeridad gastronómica?

La dietista me prohibiría el 90% de los platos que hay en el libro. Pero hace tiempo que me lleva… Siempre estoy queriendo adelgazar. Bajo un poco, subo un poco… Ella me dice: “Pero para qué quieres bajar más, hombre, ¡ya estás bien, no vengas más!”, pero me río mucho con ella, se ha convertido en una costumbre, es muy simpática, estoy en su consulta y esa media hora me sirve más de terapia que de otra cosa.

Cocinar y sentarse a la mesa es algo muy diferente. Te puedes sentar a la mesa con personas a las que nunca cocinarías. La mesa es ese espacio que pone tierra de por medio, que pone distancia, pero a la vez permite converger. Cocinar, sin embargo, es un acto de amor. Es lo más cercano a un encuentro íntimo. ¿Para quién no cocinaría nunca?

Hay gente que no pisaría nunca mi casa bajo ningún concepto… Hay muchísima gente que no me gusta… No me gustan los prepotentes, la gente oscura, esa España oscura que siempre está ahí, detrás, como una sombra malévola… Hay mucha gente que no me gusta nada y, por supuesto, hay mucha gente a la que yo no gusto.

Vamos a pocos sitios, porque siempre puedes encontrar a alguien que no te guste

Víctor Manuel

¿Con quién no se sentaría nunca a una mesa?

Me pasa muy poco tenerme que sentar con alguien con quien no quiero estar… Tengo muy claro los sitios a los que no quiero ir, y cuando veo el mínimo peligro de que puedo estar incómodo, no acudo. Por eso vamos a tan pocos sitios, porque siempre puedes encontrar a alguien que no te guste.

En la cocina, ¿qué es lo que menos le apetece hacer?

Los postres, porque nunca me han interesado. Siempre acabo haciendo un postre escapista, o ensaladas de frutas, esas cosas que me permiten salvar la situación.

¿Qué es lo que más le gusta al cocinar?

Disfruto con todo, porque cocinar es un acto creativo: tienes unos elementos y debe surgir algo de ahí que quede bien. El disfrute es eso, y escuchar la radio y echarle horas mientras cocino…

Se acaba de estrenar el documental “El abuelo Víctor” Un documento biográfico que lo refleja. ¿Qué tal ha sido la experiencia?

Lo estrenamos en un club de prensa, en Asturias. Pusimos media hora sólo, porque dura hora y media, y la gente estaba muy acongojada. Nunca pensamos que el espacio utilizado en el documental iba a dar tanto juego. Es una cueva prehistórica que no está abierta comercialmente al público. Se llama la Cuevona de Avín, en el Concejo de Onís, en los Picos de Europa. Era un sitio donde se resguardaba el ganado. Se acondicionó y se puso un entarimado, se hizo un concierto acústico, pasa un riachuelo por delante del escenario y ¡hace un frío que pela! Pero todo eso crea una atmósfera muy especial, crea un clima de intimidad, de recogimiento… ¡Y bueno, todo el mundo habla de mí y lo hace bien…!

Del documental «El abuelo Víctor»

En 2020 vuelve a la carretera con “Casi nada está en su sitio”. ¿Qué le gustaría que volviera a su sitio y que no lo está, y qué le gustaría que se quedara en desorden?

Cuando hice ese disco, en octubre de 2018, la primera pregunta siempre era esa…

Siento ser tan poco original…

No, no, te lo digo para ponerte en antecedentes. Cuando se publicó el disco me preguntaban eso y yo decía algunas cosas que para mí no estaban en su sitio, pero, al tiempo la pregunta holgaba, porque no encajaba nada de nada en este país… Todo el mundo sabía que nada estaba en su sitio. Y es que está todo un poco descoyuntado, pero no sólo en este país, si no en todo el mundo… Que haya un presidente como Donald Trump en EE. UU. es insólito… Pero no porque sea de derechas, sino por su torpeza infinita… Ha superado a Bush hijo y no te esperas nunca eso. Está todo desencajado. Hay otro desencaje fortísimo también que son las diversas velocidades que tiene la tecnología: quién llega a donde llega, quién se queda en la mierda pura, desubicado completamente del presente y del porvenir… Está todo bailando, no sé cómo se van a encajar las diferentes piezas, de hecho, dudo yo que se encajen de una manera mínimamente ortodoxa para que todos podamos ir al mismo tiempo hacia el mismo sitio… Creo que van a haber demasiados descolgados en el futuro inmediato. Y después, bueno… El país está como está… Difícil de comprender… Con una clase política tan débil, tan inútil e inexperta… Yo no hubiera pensado nunca que hubiéramos llegado a estos extremos. No es que Carrillo, Miquel Roca y compañía fueran genios… No, eran tíos normales, pero también el país estaba menos desencajado. Ahora la gente está muy tensa, con las aristas muy duras… Hace poco, hablando con Joan Manuel (Serrat) le preguntaba: “Juanito, tú coincidirás conmigo que, ahora, “Cançó de matinada” nunca sería número uno en toda España como lo fue en 1967”. Y él me dijo: “Sí, claro… Imposible”. ¿Qué nos ha pasado en todo este tiempo? Algo nos ha pasado.

¿Qué hay del desorden?

El desorden… Yo no soy nada desordenado, pero me gusta el desorden controlado. Me gusta el desorden que provocan músicos como Ilegales, por ejemplo, que sé de qué va. Ya sé que alteran a mucha gente, pero hay un umbral. Me digo: “Vale, que les altere a ellos, pero que se jodan, porque al resto de la gente les parece algo muy normal”. No me gustan los follones en la calle, que la gente se adueñe de las cosas y ocupe espacios así, gratis, espacios que son de todos. Ya sé que hay reivindicaciones pendientes, pero así y todo tiene que haber otros procedimientos para que la gente pueda manifestarse…

Un deseo para 2020

Yo soy muy rutinario. Sólo pido salud. Desde hace muchísimos años no necesito nada más que estar sano y poder hacer mi vida. Tener vigor suficiente para poder subir a un escenario, porque esta es una profesión que puedes hacer mientras puedes, hasta que hay un momento que físicamente ya no puedes, ojalá supiese uno cuándo no tiene que subirse ya a un escenario… A veces ves situaciones patéticas porque la gente alarga su vida artística porque piensa que puede, y ya no puede… Ojalá tenga la lucidez en un momento determinado para saber que ya no debo seguir cantando.

¿Qué le gustaría que se llevaran los lectores de este libro?

Que hay maneras muy simples de vivir bien. Que no siempre es que te toque la lotería ni que seas muy famoso… Que hay placeres al alcance de mucha gente. No diré que de todos, porque la vida está muy jodida. Hay mucha gente que piensa que la felicidad es comprar más aparatitos cada día, pero hay muchas otras maneras de ser feliz. La felicidad que a mí me provoca ir al Museo de Historia Natural con los nietos no lo cambio por nada. Es lo máximo; estar con ellos viendo dinosaurios. Y mucha gente se pierde esos placeres. Cuando fui hace poco a la biblioteca de Mieres, estaba llena de gente leyendo, y luego hay gente que te dice que se ha pirateado un libro porque están caros, ¡si están todos en las bibliotecas! De repente la gente se inventa otra vida posible, y la vida que ya existe es mucho más sencilla de lo que la gente se quiere inventar.

El gusto ha sido mío

Solicité la entrevista pensando en mi madre, que, en su tiempo, y aún sigue siéndolo, fue una gran admiradora de Víctor Manuel. Eran mis tiempos de adolescente, de ese cuajar del ideario que poco a poco te conduce hacia lo que eres ahora o del que reniegas posteriormente. En mi caso lo he seguido y quizás incluso complicado aún más, pero huí en este encuentro de politiqueos. No me apetecían a pesar de que me quedaron preguntas -retóricas- por hacer tras algunas de sus declaraciones.

En mi casa se escuchaba Asturias, Qué te puedo dar, El abuelo Vitor… Así que preparar esta entrevista ha significado revisitar rincones de aquella época y remover recuerdos que parecían dormidos. Le he querido regalar esta entrevista a mi madre. Lo que no saben, ni ella ni Víctor Manuel, es que el regalo me lo han hecho ellos. Me he vuelto a sentir abrazada por esas canciones, tal y como lo hicieron cuando era adolescente, tal y como siempre me abraza mi madre. Gracias.

De vida paralela

La cocina, la gastronomía, ha moldeado también el Víctor Manuel que escribe este libro. Y también es un reflejo de cómo es: discreto y como si fuera un paso atrás del resto del mundo. Pero ese paso atrás lo da para observar, aprender y aprehender, que luego él hace de su capa un sayo. Que Víctor Manuel tiene buena mano en la cocina se sabe de manera popular ahora que él lo ha puesto por escrito y lo ha publicado, pero hasta no hace mucho lo sabían los suyos y sus amigos, que también, dicho sea de paso, son bastantes.

El Olimpo de Víctor Manuel es increíble, y muy variado. Pero hay nombres que siempre están presentes: Serrat (su Juanito), Miguel Ríos… Gloriosa la anécdota que me explica con un taxista que le lleva por Barcelona: “Perdone, usted es Miguel Ríos, ¿verdad?”. También le han confundido mucho con Cayo Lara, y él se deja querer, no le quita el gusto a nadie….

El libro tiene rincones bonitos; los mejores suelen ser los que van prendados a una historia intimista del autor, a recuerdos de su paso por gentes con gran historia contada o por contar, sean notables o desconocidos. También son especiales aquellos pasajes que descubren a quien lee el origen de algunas de sus grandes canciones. Creo que le falta una especie de índice de lugares y de platillos, porque es tal la cantidad de información que el autor aporta que, si no vas con libreta en mano, imposible recordar. Pero, sin duda, lo mejor es la sinceridad que demuestra, te guste o no lo que diga, y esa vida paralela que aporta cada experiencia, pues te brinda la oportunidad de rebuscar información, si tienes curiosidad, más allá de lo que explica.

El gusto es mío. Editorial Aguilar, 2019. PVP: 21,90 € – eBook: 9,99 €



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