“Este virus que está asolando a todo el mundo no entiende de clases sociales. Lo que te pasa a ti me puede pasar a mí. La naturaleza nos está enviando un mensaje”. Ella es Nadia Ghulam, escritora y activista social. Una mujer afgana que sabe muy bien qué significan las adversidades y que a pesar de todo siempre ve esperanza y extrae aprendizajes de sus experiencias. Víctima del horror de la guerra en su país, se vio obligada a vivir durante 10 años disfrazada de hombre para poder trabajar y así mantener a su familia. Hizo de la lucha por la supervivencia un mantra diario, una tenebrosa zona de la que finalmente salió, pero para pasar a otra etapa no menos dura de adaptación, en España. Escuchar su relato es dejar de mirarse al ombligo para ver cómo el ingenio, la resiliencia, el perdón, y el deseo de formarse y de reconstruirse han hecho de esta mujer un ser de luz.
Nadia Ghulam nació en Kabul, Afganistán, el 4 de junio de 1985. Su primera infancia fue feliz, pero a los ocho años una bomba, a causa de la guerra civil librada tras la retirada soviética, cayó sobre su casa, hiriéndola muy gravemente por todo el cuerpo.
Tras dos años en coma y un año más intentando recuperarse, con un rostro desfigurado por las quemaduras y las cicatrices, y con su pequeño cuerpecito completamente lacerado, Nadia volvió a la vida, pero también entró en el horror. Sin embargo, en aquel horror decidió sobrevivir. Cuán difícil fue sólo lo sabe ella.
Ante el rechazo de la gente, que veía en ella a alguien a quien esquivar, se encontraba sin salida. No podría casarse, ningún hombre la querría como esposa. Tampoco podría trabajar, estaba prohibido que las mujeres se ganaran la vida. Sería, a la muerte de sus padres, irremediablemente, una esclava de algún familiar o de cualquier otra persona.
Así que, a los 11 años, dejó de ser Nadia, una niña, para ser Zelmai, un adulto. Tras una decisión muy difícil y cargada de peligro, decidió vivir como un hombre.
Tomó el nombre de su hermano mayor, que creía huido a Pakistán, con el que tanto había jugado de niña, para poder buscar trabajo y alimentos, pues su padre enfermó y desarrolló una demencia que lo anuló por completo. Más adelante supo que su hermano había sido asesinado en aquella ciudad enloquecida por el fratricidio y las creencias religiosas y políticas.
Durante 10 años Nadia vistió como un hombre y la tomaron como tal. Así pudo trabajar las durísimas jornadas en el campo, hizo pozos, pudo moverse en bicicleta, incluso tomar algunas lecciones y estudiar el Corán entre hombres.
El miedo a verse descubierta no sólo era suyo, también lo fue de su madre, su pilar, su apoyo continuo. Si sabían que bajo aquellos ropajes había una mujer hubiera podido morir lapidada…
Nadia, que odiaba hablar de su historia porque consideraba, y seguramente con razón, que la miraban como un mono de feria, al llegar a Barcelona en noviembre de 2006 gracias a la intervención de una ONG y ver qué imagen se tenía de Afganistán, decidió explicar su experiencia, porque sí, su país sufrió el terror de los Talibanes, sí, su país hace más de 40 años que está en guerra, “pero también es un país con gente que quiere formarse y que tiene el anhelo que da la esperanza por un porvenir mejor. A mí me habían negado un futuro digno, pero yo decidí que mi educación sería la salida de esa incapacidad a la que ya me habían predestinado en vida”.
Nadia, que da charlas en colegios e institutos, dice: “Estoy aquí para explicar que los niños y los jóvenes son la esperanza del futuro. Tenéis la posibilidad de educaros, de formaros. Por favor, aprended a conciencia”.
Nadia es la voz de miles de personas refugiadas, de miles de personas que viven bajo el terror y las consecuencias de las guerras, faltas de libertad, que no pueden hablar…

¿Quién es Nadia Ghulam?
Una superviviente de guerra. Una persona resiliente que, a pesar de las dificultades busco la luz y la hallo. Yo me encuentro continuamente con obstáculos en mi vida, pero intento transformarlos y buscar el lado positivo. Eso es lo que me da esperanzas para continuar adelante. Y esa manera de hacer me la ha transmitido mi madre afgana, una mujer resiliente que ha luchado muchísimo contra todas las adversidades.
Su madre le mostró siempre amor, la apoyó y potenció dicha resiliencia. ¿De qué manera mantiene el contacto?
Intento hablar con ella por teléfono, aunque ella no lo sabe utilizar demasiado. Busco a niños o niñas de la familia que sepan utilizarlo para poder contactar, pero está muy afectada por todas las situaciones de su vida y muchas ocasiones, cuando la llamo, no está en condiciones de explicarme cosas.
¿Y con su padre?
No tengo ningún contacto. Siempre ha estado enfermo y siempre me ha afectado su actitud. En ocasiones, cuando hablo con mi madre, he de colgar para no escuchar sus gritos… Me afectan muchísimo. Me cuesta mucho aceptar esa situación. Sé que no la podré superar, pero también me resulta muy difícil aceptarla.
Durante diez años le tocó hacer un papel que no debería hacer ningún niño o niña. Hizo de padre, de hermano mayor… Esa responsabilidad es una carga demasiado grande…
Grande y sigue siendo inmensa… Actualmente, con todo lo que está pasando con respecto al Coronavirus Covid-19, yo sufro por la gente que amo. Con todo lo que he pasado en mi país, he perdido el miedo a la muerte y al dolor, pero no puedo con el dolor de los míos. Y eso es porque desde muy pequeña llevo a la espalda una mochila muy pesada. Estoy muy cansada de todo lo que llevo en ella y de lo que me pesa. Algunos días pienso: “he de dejarla para poder descansar”.
Con todo lo que he pasado en mi país he perdido el miedo a la muerte y al dolor, pero no puedo con el dolor de los míos.
Nadia Ghulam

Justamente quería preguntar por ello… Una persona que, como usted, ha vivido los horrores de la guerra, ¿cómo afronta una pandemia como la que estamos viviendo?
Como ante todas las dificultades intento ver el lado positivo para superarlas, ante esta pandemia estoy construyendo una línea de pensamiento: la naturaleza nos está dando un mensaje muy importante. Europa, EE. UU., China… presumían de que lo tenían todo controlado, pero cuando la naturaleza se revuelve, no se la puede parar.
Es momento de auto-reflexión.
Yo quizás estaba yendo demasiado rápida de un lugar a otro, agobiada, y la situación actual me ha enviado un mensaje: “Quédate en casa, no salgas, que en casa también puedes hacer muchas cosas”.
Mi carácter es protector y cuando veo las noticias de las personas que están sufriendo y muriendo, me entristezco mucho, porque quisiera curar, quisiera ser enfermera y no lo soy, pero por otro lado rezo y lo que veo es que para proteger a las personas lo mejor que puedo hacer es estar en mi casa y enviar desde aquí toda mi energía.
Yo he vivido esta adversidad de una manera brutal: no podíamos salir de casa porque caían bombas… En las calles habían heridos y muertos y no podíamos ayudarlos. En aquel escenario la muerte venía porque una persona mataba a otra, y eso es muy doloroso.
Este virus no distingue entre condiciones sociales ni ideas religiosas o políticas. Lo que te pase a ti, me puede pasar a mí.
Nadia Ghulam
La pandemia es diferente… Se lucha contra un virus que no entiende de religiones, ni de color de piel, ni de clase social. Lo que te pasa a ti me puede pasar a mí… No hay distinción. Todas las desgracias son eso, desgracias. No puede decirse que una pandemia es mejor que una guerra, para nada, pero sí que la guerra muestra la maldad de la humanidad: gente tirando bombas sobre otras… ¿Dónde está el ser humano ahí?
En cualquier caso, he vivido tantas adversidades que ante ésta pienso: “Si sobrevivo, será un aprendizaje que me servirá para respetar la naturaleza, el tiempo y para dar gracias por cada segundo de mi vida. Si no lo supero, que todo lo que he hecho sirva para algo y que ha llegado la hora de descansar”.
La guerra muestra la deshumanización. Gente tirando bombas sobre otras… ¿Dónde está el ser humano?
Nadia Ghulam
Dice en su libro, El secreto de mi turbante (Columna): “Mi cuerpo menudo y ágil de niña se convirtió en una carcasa. Me costaría casi 20 años ya no quererlo, sino simplemente poderlo mirar sin tener ganas de llorar”. ¿Qué relación tiene actualmente con sus cicatrices físicas?
En ocasiones me cuestan… En otras las quiero y las acaricio…
Hace unos días estaba en un campo de refugiados y los jóvenes con los que yo estaba, menores no acompañados, estaban hablando de los tatuajes. Me preguntaron si yo tenía. Les enseñé mis quemaduras y les dije que tenía muchos tatuajes, que eran especiales…
En cambio, otro día, una amiga me dijo que estaba guapa y yo, para mi interior, le contesté: “Si no tuviera estas cicatrices…”
Tengo contradicciones. Depende del día las veo como algo bonito. Otros días no las quiero ver… Somos humanos… En ocasiones aguantamos cosas terribles y en cambio hay otras que son menos importantes en las que se nos va la vida…
Durante todos los años que vivió como hombre siendo una mujer, sintió el terror de ser descubierta, pero también la soledad de una vida inventada, sin salidas futuras… La intervención de determinadas personas y entidades fue crucial. ¿Cree en los ángeles?
Soy una persona muy creyente, en mi religión nos enseñan que los ángeles y los demonios están en la otra vida, no en ésta, pero yo considero que sí están…
Desde que he conocido a mis ángeles de verdad, mi manera de ser musulmana ha cambiado muchísimo.
Nadia Ghulam
El islam dice que al morir nos vendrán a buscar ángeles, pero yo creo que los seres alados y también los demonios están en esta vida. Los podemos ver y tocar. Están muy presentes. Yo he encontrado muchos ángeles en mi vida. Unos han sido mis padres y familia de acogida, mis padres catalanes, que cada vez que los miro doy las gracias por tenerlos; también mi madre afgana… Son ángeles de verdad…
¿Qué relación tiene ahora con el islam?
Desde que he conocido a mis ángeles de verdad, mi manera de ser musulmana ha cambiado muchísimo.
Antes rezaba mucho a un Dios que no veía, pero al tener a mis ángeles ante mí, tengo a Dios muy presente… No necesito rezar tantas veces al día. Intento siempre hacer el bien, comunicar con mi Dios, agradecer y tener muy presentes a mis seres queridos.
Yo creo que soy mejor musulmana que antes… Antes lo era porque la sociedad me lo pedía, y yo respondía, pero ahora soy musulmana gracias a unas personas que no lo son, pero que me han enseñado realmente qué es la humanidad y los valores humanos.
Su madre le dijo una vez: “Las mujeres se mueren dos veces, las dos fechas en las que se visten de blanco: el día del matrimonio y el día que se van de este mundo”. Qué tristeza de vida y qué poca esperanza para la mujer…
Mi madre afgana siempre refería la falta de libertad de la mujer en mi país. Cuando las mujeres se casan, según el marido, se les prohíbe incluso volver a ver a su familia, por eso, cuando contraen matrimonio las despiden como si fuera el día de su muerte, pues a lo mejor ya no la vuelven a ver más…
Las mujeres no debemos reivindicar el pasado, sino el presente y lo que está por venir. Se eligió el 8 de marzo por lo que pasó en una fábrica, pero el día de la mujer debe ser a diario, porque hay mujeres que no tienen libertad, que no pueden expresarse, ni ver a sus familias, que las venden y no saben ni ellas mismas que pueden contar como un ser humano.
Tenemos que concentrar nuestra lucha en derribar esas injusticias. El presente y el futuro está en nuestras manos.
Cuando llegó a Barcelona, llegó el proceso de adaptación… No fue tarea fácil…
Me costó mucho… Mucha gente de mi país piensa que yo tengo mucha suerte porque vivo en Europa, pero no conocen las dificultades que tengo. O también gente de aquí que piensa que he sido una persona con suerte por vivir aquí y por tener una familia como la que tengo… Lo sé, sé que mis padres de acogida son mis ángeles, pero, aunque ellos fueran los mejores padres del mundo, yo debía adaptarme.
Por muy buena que sea una persona, si tu actitud no es la adecuada la convivencia es muy complicada. No es fácil que alguien entre en tu hogar y se adapte a todos tus hábitos, y a la vez debes hacer el esfuerzo para que quien te acoja no tenga que modificar sus costumbres… Se necesita mucha flexibilidad y comprensión.
En Afganistán yo me enfadaba con mi madre en ocasiones, pero con mis padres de acogida siempre daba las gracias, intentaba siempre sonreír, no molestar… Hasta que una vez mi madre catalana me dijo: “Nadia, siempre dices “Sí y Gracias”, pero en algunos momentos debes decir “No” y en otros no es necesario dar las gracias”.
Siempre digo que tengo tres pilares en la vida que me han permitido aguantar todo lo que he vivido: la fe, la educación y mi madre.
Nadia Ghulam
De no saber sumar ni restar hasta los 16 años a un máster en Desarrollo Internacional
Cuando llegué a Barcelona estudié dos grados superiores, uno de informática y otro de integración social. Posteriormente hice la carrera de educación social y posteriormente realicé el máster sobre Desarrollo Internacional.
Para mí era muy importante la formación. Mi madre sufría mucho cuando se metían tanto conmigo por mis cicatrices, y yo le decía: “Reza para que, si tengo un accidente, me muera, porque si no puedo ir a la escuela, prefiero morirme”. Yo tenía clarísimo que o estudiaba, o me moría.
Y sigo con esa obsesión por los estudios. Siempre digo que tengo tres pilares en la vida que me han permitido aguantar todo lo que he vivido: la fe, la educación y mi madre.
¿Tiene la sensación de que está entre tierras y de no pertenecer a ninguna?
Sí, a menudo… Cuando estuve a finales de febrero en Grecia, en los campos de refugiados, el discurso de racismo, de xenofobia, se había endurecido mucho. Yo no podía subir a los autobuses porque tengo nacionalidad afgana. En la isla de Lesbos está pasando lo mismo que ocurría con el apartheid de los EE. UU. entre refugiados y no refugiados.
En la isla de Lesbos está pasando lo mismo que ocurría con el apartheid de los EE. UU. entre refugiados y no refugiados.
Nadia Ghulam
Aunque conservo la nacionalidad afgana, hace muchos años que vivo en Europa, pero aún consta que yo no soy de aquí, y tampoco soy de allá… En ocasiones le pregunto a mi madre: “Mama, ¿quién soy?” En algunos momentos va bien ser la Nadia diferente; en otros quisiera ser una chica como cualquier otra…
¿Qué es, para Nadia, estar en paz?
Cada vez consigo estar más en paz conmigo misma, pero no oculto que tengo subidas y bajadas emocionales fuertes. La mayor parte de mi vida no he vivido para mí, si no para las persones que yo quiero. Mi estado emocional cambia mucho dependiendo de cómo estén los que me rodean.
Estoy en paz porque he comenzado a respetar y aceptar mi vida, pero mi estado emocional depende mucho de quienes quiero.
¿Cómo se gana la vida? Ha coescrito tres libros y ha codramatizado e interpretado una obra de teatro, Nadia, sobre su vida, da charlas en centros de formación y tiene un programa de educación, Ponts per la pau que lleva muy estrechamente. Sin embargo, ¿eso le permite vivir?
Hace 13 años que vivo en Catalunya y hace dos meses que tengo un trabajo fijo… Para ganarme la vida he tenido que reinventarme en numerosas ocasiones. Por ejemplo, he cocinado en casas particulares que deseaban comer platos afganos, he hecho de cuentacuentos, he dado conferencias, también hago joyas artesanales…
He buscado mil maneras de ganarme la vida para ayudar a mi familia de Afganistán y poder vivir aquí.
Sí que he tenido un gran apoyo de mi familia catalana, que me ha ayudado económicamente muy a menudo, porque de lo contrario no llegaba… Lo que yo hacía era muy inestable y poco regular.
Actualmente tengo una media jornada laboral en la Fundació Catalana de l’Esplai, en el departamento de Innovación y Contenido que me permite seguir realizando mis charlas, mi artesanía… Es un trabajo que me encanta, de sensibilización a través de ponencias sobre los refugiados, la diversidad, la interculturalidad, etc. Son temas que yo los he vivido en mi propia piel. He tenido mucha suerte y trabajo con una persona muy comprensiva que me supervisa mi trabajo. Es otro ángel…

A pesar de la oscuridad, a pesar de las dificultades, ten esperanza, porque puedes salir de ellas.
Nadia Ghulam
¿Qué le gustaría que se llevaran las personas que lean el libro El secreto de mi turbante (Columna, 2010)?
Tanto El secreto de mi turbante (Columna, 2010), como de Cuentos que me curaron (Columna, 2014) y La primera estrella de la noche (Plaza & Janés, 2016) son libros que al final quieren transmitir esperanza. En cada capítulo ves que he tenido dificultades, pero al final, cuando los acabas, las he superado.
Me gustaría que se llevaran ese mensaje de optimismo.
A pesar de la oscuridad, a pesar de las dificultades, ten esperanza, porque puedes salir de ellas.
Si deseas leer su historia

El secret del meu turbant (Columna, 2010 – Grup 62 – Planeta) (e-book)
El secret del meu turbant (Columna, 2010 – Col.lecció Labutxaca – Planeta) (Edición Bolsillo)
El secreto de mi turbante (Planeta) (Edición tapa dura)
“O estudio, o me muero”
Es ingenio puro. No sólo por cómo se construyó, mantuvo y defendió una falsa identidad durante 10 años que le permitió sobrevivir, sino por cómo se enfrenta a las adversidades que le ha puesto la vida por delante, que han sido cuantiosas… Pero, además, Nadia es una persona de gran inteligencia y muy despierta. Su ansia por aprender y salir de la pobreza más absoluta se dio de la mano con su capacidad por asimilar.
En Barcelona, entre operaciones y operaciones, inmersa en una depresión de la que parecía no salir, sólo la idea de estudiar le daba aire. Si no estudiaba, moriría. Su madre catalana la matriculó en un grado superior de informática. A ella le parecía que, sin hablar castellano ni catalán, sólo con un inglés rudimentario, la única opción para formarse era elegir informática. Ella, que hasta los 16 años no supo sumar ni restar, se veía inmersa en cálculos imposibles. El primer curso lo suspendió todo. Pero no cedió. Empezó a consultar tutoriales de YouTube y eso le fue de gran ayuda. Posteriormente estudió Integración Social y la carrera de Educación Social y también tiene un máster en Desarrollo Internacional.
Ponts per la pau
Ponts per la pau es un programa de educación. A través de él la asociación trabaja con personas recién llegadas a Badalona (Barcelona), donde está la sede de la organización, para acompañarlas en su proceso de integración social y también formativa. Pero también la entidad hace labor en Afganistán, donde mantiene apadrinamientos de niños y niñas para que puedan estudiar y comer. “Actualmente la privatización es masiva en mi país. ¿Quién puede acceder a esa educación? Este programa busca, a través de la lectura y de talleres que los niños se alfabeticen y puedan estudiar y no perder su dignidad”, ha comentado Nadia.

Afganistán
Afganistán, en Asia central, es un país que está en guerra desde hace más de 40 años. Durante cinco años estuvo controlado por el régimen de los Talibanes, movimiento fundamentalista e islamista que prohibió a las mujeres que fueran independientes del control del hombre. No podían trabajar fuera del hogar, no podían estudiar, no podían ir solas por la calle y estaban obligadas a vestir con el burka, una prenda que las tapaba absolutamente, de la cabeza a los pies, sólo dejando una rejilla a la altura de los ojos para poder ver.
Pero Afganistán es mucho más. Parte del Imperio Persa, el país también ha pasado por el budismo y el hinduismo. El islamismo llegó en el año 636 d.C.
Como estado fue creado en 1747, pero la influencia británica llegó pronto, en 1837. En 1919 se independizó del Reino Unido.
En 1973 la monarquía fue derribada por un golpe de estado, que instauró la república.
En 1978 tuvo lugar la Revolución de Saur, que hizo de Afganistán un estado comunista, sin embargo, la intervención de la guerrilla, apoyada por EEUU y el Reino Unido, entre otros países, como extensión de la Guerra Fría, provocó que el gobierno solicitara la intervención soviética. El resultado fue otra guerra civil. La intervención rusa acabó en 1989, pero los enfrentamientos duraron hasta 1992 (Nadia Ghulam tenía 11 años), cuando la disolución de la Unión Soviética colapsó el país y los fundamentalistas se hicieron con el poder. Los Talibanes fueron derrocados en 1997. Nadia Ghulam tenía 17 años. Hasta los 21 años iría vestida como un hombre. Salió adelante, pero su mochila, en ocasiones, es demasiado pesada. Las cicatrices físicas pueden repeler a la gente, pero pueden tratarse, incluso ocultarse. Las heridas psicológicas y emocionales son invisibles. Sólo las ves y las sientes tú. Puedes, quizás, hablar de ellas, pero están ahí, y algunas pesan demasiado. Aún y así, Nadia siempre ve esperanza a cada paso.
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