La casualidad no existe. Es un mantra. Lo aprendí hace mucho tiempo. Como también aprendí que los pensamientos emiten frecuencias. Esas mismas frecuencias energéticas cuyas ondas viajan y se encuentran con frecuencias similares.
Así que empezando a diseñar este blog me llegaron libros y escritos relacionados con la pérdida. Y luego llegó el tiempo del confinamiento. Ése que nos retuvo en casa tantos días. Ése que se llevó tanta gente de nuestro lado.
Es diferente la muerte que la pérdida. Muy diferente. Cuando te mueres no te pierdes. Cuando se te muere tu gente, pierdes tanto… Pierdes hasta las ganas de seguir… Me lo han dicho las personas que he tenido la suerte de entrevistar. Pero yo también lo sé. Lo he vivido.
Y como la casualidad no existe, resulta que pensando en la coincidencia de los aprendizajes me llegó la maravillosa canción de la grande Mayte Martín, que puso música a un poema de Manuel Alcántara llamado “No pensar nunca en la muerte”, que por su belleza escribo aquí:
No pensar nunca en la muerte y dejar irse las tardes mirando como atardece. Ver toda la mar enfrente y no estar triste por nada mientras el sol se arrepiente. Y morirme de repente el día menos pensado. Ese en el que pienso siempre.
Me estremecí con esa voz, con esa música y con esa letra. Morirme de repente, el día menos pensado, ése en el que pienso siempre…
La muerte propia no me asusta, pero entonces pensé en mis pérdidas posibles. Y el dolor de las ausencias se me hizo, de golpe, indigerible.
Y anduve un tiempo con ese nudo que ahora he guardado en una cajita, pero que sé que está ahí.
Yo he sufrido pérdidas, como todo el mundo, pero la exposición a los fantasmas de las ausencias más terribles me deja mella de tanto en tanto, y de cuando en cuando vuelve, como una herida que duele de pensarla, no de tenerla.
Pero me recompongo para no dejar ir frecuencias que encuentren ecos en otras y me encuentre atrapada en una onda sin fin.
Y ese recomponerme no evita que a veces me tiemble el pulso de mi mano derecha. Pero entonces asgo la vida con la izquierda, que siempre está, aunque no mande… Yo eso no lo olvido. Y sonrío mirando a los míos. Que los sé conmigo.
Gracias por tantos aprendizajes, gracias por acompañarme.